Rolfing®, Integración Estructural nos llevará a examinar el modo en que percibimos nuestros cuerpos en movimiento en relación con el mundo. Los detalles de la información propioceptiva (propiamente sentida), la sensación de ser en carne y hueso lidiando con el contexto, es la piedra fundamental que le da sentido al surgimiento del movimiento y consecuentemente al establecimiento de la identidad. La consciencia de nuestras elecciones sujetas a los cambios de las sensaciones emergentes, se resuelven no solo en la progresión de movimientos sino también en ese trasfondo que nos posiciona respecto de los otros y de nosotros mismos.

Ese trasfondo, esta necesidad de constancia se articula a través de un único evento permanente que nos provee el contexto: La fuerza gravitatoria de la tierra. En los seres vivos, esta fuerza nos lleva a una segunda fuerza que es única en cada individuo. Cada movimiento aparece a través de una fuerza que se opone a la gravedad. Este juego, este diálogo, esta lucha o esta cooperación servirá de humus para el gesto.
Los azares de nuestra relación con la gravedad y las variaciones de tono físico están cargados de nuestra historia. Esta es la única información que el recién nacido percibe respecto a aquellos que están a su alrededor. La gravedad es el principio de organización subyacente a sus primeras relaciones interpersonales. El recién nacido no dispone aún del poder de construcción simbólica y el lenguaje para respaldar un significado particular. Solo percibe variaciones de tono, de ritmo y de melodía en otros, como acentuaciones e intensidades reflejadas en caras y cuerpos. El o ella responderá de igual modo. Esto crea el campo de intercambios y significados que luego serán usados como marco para el desarrollo del lenguaje, de símbolos y movimientos.
El eje vertical de la gravedad será utilizado para soportar nuestras funciones viscerales, respiratorias, circulatorias y motoras. Estas funciones son los fenómenos más importantes que moldean el modo en que nos paramos frente al mundo.
Nuestra relación con el peso y la orientación espacial nunca es evidente pues se solapan con todos los eventos que constituyen nuestras primeras relaciones. Solo podemos percibir nuestro ser físico a través del velo de nuestra subjetividad, a través del significado que cada uno le da a su propia historia afectiva. El acto de percibir no es separable de la intención de explorar, ni tampoco del objeto que está siendo sentido. Lo que mis manos sienten depende la actividad muscular como también el mapa interno de mi cuerpo y la preconcepción del objeto tocado. De forma similar, el modo en que miramos las cosas depende de la actividad de los músculos de los ojos, mediados por los mecanismos del oído interno y el significado que nuestra firma afectiva asigna a los diferentes objetos que observamos.
Es importante señalar que el espacio en donde se desarrollan nuestros movimientos no es homogéneo. Es esencialmente subjetivo, en tanto está plagado de la felicidad o tristeza que hayamos experimentado. Se completa con las sombras de nuestros pasados encuentros y el significado que hayamos asignado a dichos eventos. Nuestra presencia en el espacio que nos rodea estará irregularmente completada, por ejemplo, más completa a la izquierda que a la derecha, más hacia abajo que hacia arriba, más hacia atrás que hacia adelante y así. Lo mismo puede ser dicho de la distancia que nos resulta confortable mantener respecto de los otros. Esta distancia es única en cada persona. Análogamente, nuestra perspectiva visual es única al observar nuestro entorno. Un accidente de coche puede subconscientemente dejarnos temiendo la dirección en que el choque ha tenido lugar.
Las distorsiones en nuestra estructura física generalmente reflejan los peligros de esta construcción imaginaria del espacio. La línea de fuerza imaginaria de la gravedad que constituye nuestra relación con el peso y nuestro sentido de verticalidad como también las variaciones de nuestro espacio subjetivo definen los límites de nuestro cuerpo y nuestros límites respecto de los otros. La facilidad con la que nos proyectamos y nos expresamos socialmente y la facilidad con la cual recibimos la presencia de los otros, forma un límite flexible que debería adaptarse a cualquier circunstancia. Todas estas ideas pueden ser vistas como una odisea, como Ulises volviendo a su tierra. Debemos deshacer nuestras percepciones y coordinaciones continuamente para extender el momento de la posibilidad y permitir entonces que un nuevo gesto emerja.
Nuestro mundo existe porque lo sentimos, lo interpretamos y construimos una percepción. Sentimos nuestro cuerpo y sentimos nuestro entorno. Desde estas sensaciones construimos un mapa de nuestro mundo interno y externo. Si somos abiertos y curiosos, como en la infancia, las sensaciones nos estimulan, captan nuestra atención. Una vez estimulados por nuestras sensaciones, despertamos a nuevas percepciones y esto nos lleva a nuevas formas e impulsos de movimiento. Los sentidos son la puerta a la percepción. Las sensaciones incluyen mensajes de nuestra piel, nuestros sentidos, nuestros músculos y órganos a nuestro cerebro. La mayoría de estos mensajes llegan sin ser notados. Aquellos mensajes que son reconocidos constituyen nuestra percepción. Percepción es la interpretación que damos a nuestra sensación. Aprender a movernos es un experimento interactivo. Ningún movimiento surge plenamente formado. Tampoco nuestro entorno imprime movimiento sobre nosotros. Intentamos cosas, tentativamente. Aprendemos a hacer lo que resulta exitoso. Esto, a su vez, deviene automático.
El movimiento es también producto de la cultura y familia en que hemos nacido. Percibimos a los demás en nuestro ambiente e intentamos movernos de forma similar. Finalmente aprender a movernos comienza con un flujo de sensaciones y el desarrollo de la percepción. Cómo nos percibimos a nosotros mismos y al entorno dará forma al impulso por experimentar. Percepción y sensación van siempre juntas y entretejidas. Sonido, color u olor estimularán una cascada de sensaciones – sensaciones para las que mi cuerpo no tiene nombre. De estas sensaciones desestructuradas, rápidamente desarrollamos percepciones, como un modo de conocer y reconocer un patrón de sensaciones. Cada percepción generará un significado asociado.
Si huelo algo y no soy muy sensible al olor, la sensación de olor puede estimularme sólo un poco y me orientaré ligeramente hacia él. Si en cambio, el olor causa en mí una gran impresión o si mis cuidadores expresan gran entusiasmo frente a un nuevo olor, el olor será un foco de percepción mucho mayor.
La imaginación puede ser utilizada para descubrir nuevas sensaciones, percepciones y movimientos.
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